Hoy, más que nunca, la imagen es poderosa. Dicen que “vale más que mil palabras”, aunque sumarme a esa afirmación sería paradójico para una profesional de la palabra como yo.  Lo que es evidente es que es reclamo y casi una necesidad en nuestra sociedad de los mass media.

Por esto, porque soy presumida, por dar salida a mi creatividad, y porque los años pasan por una, cada dos años renuevo mi imagen pública. Es decir, la que utilizo para promocionar los eventos en los que participo, las sesiones, el blog y las redes sociales.

Desde que empecé a darle importancia a este aspecto, allá por el 2013, trabajo con la misma fotógrafa: Almudena Castillo (ALCARA).Tantos años trabajando juntas, codo con codo, nos han dado complicidad y confianza, lo que ayuda mucho a la hora de dejarse llevar ante la cámara, que no es nada fácil, a pesar de mi fotogenia natural y de la cara agradable que heredé de mi madre y ella de su madre. Delante del objetivo mis miedos parecen sobredimensionarse: la vergüenza se apodera de mí y comienza a temblarme la boca; no sé qué hacer, ni cómo ponerme y, lo que es peor, me siento ridícula. Esto hace que quiera controlar cada pose, cada gesto y centímetro dentro del encuadre… y el resultado suele ser… Bueno, mejorable. No siempre esas ideas que se presentan brillantes en nuestra cabeza son buenas en resultado, aunque borramos y seguimos porque lo importante es probar.

2013

2016

2018

Hasta que, gracias a mi fotógrafa y a mi asesor, Miguel Ángel Granados, recuerdo que lo importante es jugar, no pensar y dejar que las cosas sucedan. Me suelto la melena, meneo el cuerpo y las buenas ideas comienzan a fluir delante de la cámara. Jugamos con elementos, con posiciones, con planos, cambiamos de vestuario, de look y de carácter, siempre acorde a mi propia personalidad y mis líneas de acción laborales.

Una de las cosas que me resulta más complicada a la hora de afrontar una sesión de fotos es no perder la naturalidad ante los requerimientos de la imagen. Muchas veces tienes que falsear un movimiento o gesto para que la ropa no salga arrugada, para no salirte del encuadre, para que se vean todos los elementos; y mantenerlo para que pueda ser captado. Todos estos factores a tener en cuenta hacen que la imagen sea perfecta pero sin alma. Para salvar este inconveniente lo que hago es repetir el gesto o movimiento pactado las veces que sean necesarias, cuento tres e inicio, de manera que la fotógrafa pueda captar la intención, la emoción o la acción que deseo transmitir sin que se enfríe la chispa. También suelo cantar o contar la historia entera, a ritmo más lento, sosteniendo algo el gesto para que la artista de la imagen pueda hacer su trabajo. A veces hago cosas a lo loco, lo primero que me viene a la cabeza y el resultado es excepcional.

2018

2018

SESIÓN DE FOTOS 2018

El resultado de unas 3 o 4 horas de trabajo incansable son unas 300 fotos, de las cuáles nos quedamos 100 en la primera criba (que nunca hago yo) es trabajo de la fotógrafa y el asesor. Lo que sí es tarea mía es soportar las agujetas que me vuelven loca al día siguiente.

Desde que empecé a proyectar mi imagen profesional he crecido mucho. No creo en magias ni suertes para esto, sí en el pico y la pala, en mi tesón y buen hacer. Año tras año mi imagen hablaba de mi nombre y a su vez de mi trabajo y esto hizo que cada proyecto llamara a otro nuevo. Muchos de mis clientes alaban lo atractivos que quedan los carteles y promociones con las fotos que les facilito. No puedo negar que muchas veces me saturo de mi misma y trato de enviar otras con detalles de los objetos que utilizo o ilustraciones relativas al espectáculo, pero siempre el mail me viene de vuelta pidiendo una foto de las “mías tan mona”. Así que me abandono a la belleza de la imagen y a la de la madre que me parió.

No creo que una imagen valga más que mis más de mil palabras… aunque quizá sí 999. Por esto, merece la pena la pena cuidar que esa imagen que proyectamos sea lo más cercana posible a nuestra más pura esencia.