Una ventana a la intimidad.
Los Bebecuentos son mucho más que sesiones de cuentos para bebés. Hoy, en lugar de hablar de su gran valor cultural y pedagógico, prefiero detenerme en su valor social y emocional.
Con mi experiencia he podido comprobar que participar en las sesiones de cuentos para bebés se convierte en mucho más que una actividad de ocio y se revela como una oportunidad para socializar y compartir con otras familias. No sólo se comparte durante, sino sobre todo antes y después.
Antes del Bebecuentos las familias esperan en una antesala que suele ser la Bebeteca. Durante este rato no suelen relacionarse con otras familias, sino que aprovechan para compartir libros y lectura con sus pequeños, casi con la misma relajación e intimidad con la que están en el salón de su casa. Sin embargo, después de la sesión, tras contar, cantar, reír y achuchar al bebé, se produce el encuentro entre las diferentes familias asistentes. En este espacio de convivencia intercambian opiniones y preocupaciones, comunican sus necesidades e intereses. Por lo general, se enfrascan tanto en la conversación, que tengo que apresurarlos para que abandonen la sala. Se sienten tan cómodos que charlan mientras dan teta, compota o cambian pañales olvidando que están en una Biblioteca.
Conmigo todo cambia también tras la sesión. La confianza y la complicidad creada con los cuentos, los cantos, los poemas y los juegos, dan paso al contacto físico y al diálogo. Me sorprendo, en muchas ocasiones, más cerca de mi parte maternal que de la profesional, sosteniendo a sus bebés en brazos o contando anécdotas de mi familia: lo que leemos, dónde compré aquel objeto, lo que me vino bien para afrontar las perretas… Nos convertimos en mucho más que amigos, se interesan por mi salud, por si descanso, por mi pequeño Noah y por mi marido, e incluso me traen dulces o regalos.
Y después del Bebecuentos, en el silencio del hogar, me abren una ventana a su intimidad y me describen lo que hacen en casa. Me cuentan que sus bebés me imitan y les cuentan cuentos a sus muñecos, que repiten las canciones, que me recuerdan por mi nombre: “Isabeeel”. Crean juntos el Arco-Iris o el barquito de papel que les he recomendado. Incluso me hacen manualidades o, con tan sólo dos años, me retratan dibujando su primera nariz. Y en esa estrella, corazón, punto y raya, me siento la persona más bella y querida del mundo.
¿Cómo no me van a brillar los ojos y la voz cuando les cuento? Sólo puedo decir gracias. Gracias por dar tanto valor a lo que hago, a lo que hacemos, por dar sentido a tanto esfuerzo. Les quiero querido público, queridas familias, queridos amigos y amigas.
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