Historia de un camino
Conté mi primer cuento en 1999. Fue en un centro comercial. Sí, desde luego que no era el lugar más idóneo para estrenarse, pero eso aún no lo sabía. Sustituía a una amiga que se había quedado sin voz la tarde anterior, iniciaba la veintena enamorada del teatro con ansias de hacer y probar, así que estaba lo suficientemente loca y rebosante de ilusión como para aceptar el reto.
Un amigo, con una amplia biblioteca, me facilitó algunas lecturas (Google aún no estaba al alcance de un clic) y leí hasta entrada la noche. Ninguna historia me convencía. Así que, en mi desesperación, decidí escribirla y con ella me presenté en el centro comercial donde me esperaba una escalera llena de niños deseosos de juego. El destino fue benévolo con mi esfuerzo y la actividad fue un éxito. En sólo unos minutos, esa bendita tarde, aprendí tres cosas sobre el arte de contar cuentos que me han acompañado todos estos años:
- Las historias no se buscan, te encuentran, y no siempre cuando las necesitas.
- La historia tiene que agarrarse dentro para ser contada. No merece la pena defender algo en lo que no se cree.
- Lo que se produce entre el que cuenta y el que escucha es amor incondicional y, como siempre he sido muy enamoradiza, a partir de aquel día no pude dejar de contar.
Lo cierto es que contar cuentos era una de las múltiples cosas que hice en relación con la escena y la cultura durante muchos años. Me atrevía con todo: teatro, títeres, clases, talleres creativos, animaciones de calle, proyectos socio- culturales… De los más pequeños a lo más grandes, bajo techo o bajo la lluvia, me plantaba delante del público una y otra vez. Así que cuando me encontraba con alguien y me preguntaba que qué estás haciendo, la respuesta siempre era diferente.
El peligro de hacer muchas cosas a la vez es la mediocridad. Al menos en mi caso, no me permitía profundizar en ninguna de las opciones, lo que sumado a la necesidad de comer, se convirtió en una limitación, o al menos eso creía yo. No fui consciente hasta que un coach artístico, el mismo que comparte almohada cada noche, me preguntó: ¿cómo te ves dentro de 10 años? Cerré los ojos y me vi, me vi contando historias.
La vida y la escena tienen algo en común. Las decisiones que tomamos nos definen y yo decidí, hace ahora 5 años, vivir para contar. Elegí la narración como filosofía de vida. Y el camino hacia el horizonte se hizo recto, certero, que no fácil, aunque sí emocionante.
Ahora cuando alguien me pregunta que qué hago siempre contesto lo mismo: contando ando.
Contando ando es mi casa virtual a la que están todos invitados. Un espacio donde compartir historias, experiencias, recetas, trucos y alguna que otra confidencia. Espero que se sientan cómodos en este mi hogar que he amueblado con mucho entusiasmo. Si tardan en verme por aquí es porque contando ando.
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